De acentos e hipocresías

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Por: Kassel Franco Garibay

Los acentos son una cosa muy curiosa. No me refiero a la tilde que llevan algunas palabras en el español, ni a ese pequeño triangulito que los franceses insisten en utilizar de vez en cuando. Me refiero a esa manera de pronunciar característica de cada persona, la manera en que dejamos que la r se delize en nuestra lengua antes de dejarla salir, la música que le otorgamos a cualquier idioma que estemos usando. Antes de vivir en los Estados Unidos, nunca había puesto mucha atención a mi propio acento. Sabía que mi pronunciación en inglés era buena, y ahí la llevaba con el francés. Tenía la ventaja de haber estudiado inglés desde pequeña, así que no necesitaba preocuparme al usarlo.

Ahora todo es distinto. En los Estados Unidos casi parece que tu acento es tu carta de presentación. Sólo son necesarios dos segundos para que la gente se haga una idea de quién eres.  Tienes un acento británico? Eres sexy. Tienes un acento asiático? Eres inteligente. Tienes un acento mexicano? Supongo que no es necesario que escriba lo que piensan de nosotros.

Debo aclarar que sería estúpido generalizar. No todos los estadounidenses piensan así; hay desde quien piensa que un acento australiano ni siquiera es inglés (esto le pasó a una de mis amigas en la heladería de la ciudad), hasta aquellos que entienden y aprecian la dificultad de aprender un segundo idioma. La gran mayoría de mis amigos son amables y directos cuando cometo un error de pronunciación, y sobretodo entienden que hay veces que mi cerebro simplemente no quiere hablar inglés. Por desgracia no todo el mundo es así.

Tener un acento no europeo en los Estados Unidos es una carga pesada, y en algunos casos te pone inmediatamente por debajo del nivel de los demás. Y por desgracia, me parece que no es un problema exclusivo de los estadounidenses. Más de una vez he escuchado a un grupo de mexicanos burlarse del español de los turistas. Los tachamos de presumidos, los llamamos gringos, le subimos el precio a nuestros productos si vemos que tienen problemas para pronunciar la r.

No sé en qué momento, o por qué razón, tendemos a asociar los acentos con estupidez. Pareciera que el no hablar un idioma al cien por ciento es un letrero luminoso anunciando nuestro bajo coeficiente intelectual, pero esto solo aplica cuando no somos nosotros hablando en un idioma extranjero. Nos regodeamos en nuestro estatus de bilingües, uno que otro incluso tiene el descaro de llamarse políglota, pero nos encanta ridiculizar los mínimos errores que otros cometen en nuestra lengua materna.

Hablar un segundo idioma es una razón para estar orgulloso de ti mismo, es una indicación de disciplina y cultura. Pero no hay motivo en absoluto de estar orgulloso de hablar perfectamente el idioma de la hipocresía.

 

 

Accents are a very curious thing. And I don’t mean the small lines some vowels carry in Spanish, or that small triangle that the French insist on placing in every other word. I am talking about that unique pronunciation style every person has, the way some of us let the r roll in our tongue before letting it out, the music and rhythm we give to whatever language it is we are speaking. Before living in the U.S. I had never paid much attention to my own accent. I knew my English pronunciation was good, and my French was getting there. The biggest benefit of having studied English since I was very young was that I never had to worry when I used the language.

Now everything is different. It almost seems as if, in the United States, your accent is your business card. It takes two seconds for people to make up their minds about you. You have a British accent? You are hot. You have an Asian accent? You are smart. You have a Mexican accent? … I don’t think it’s necessary for me to say what it is that they think about us.

I should clarify that it would be stupid to say all Americans do this. There are all kinds of people, like the man that decided an Australian accent was not “English enough” for him (true story: this happened to my friend in Madison). But there are also lots of people that understand and appreciate the effort needed to speak a second language. The vast majority of my friends are kind and upfront when I mess up my pronunciation, and I will forever be grateful for their understanding on those moments when my brain “can’t English” very well. Sadly, not everyone is like this.

To have a non-European accent in the United States is a heavy burden, and it constantly places you on a lower level without a valid reason. Sadly, this is not a problem that only happens in the U.S. More than once I have listened to a group of Mexican people making fun of the tourists’ Spanish. We write them off as pretentious, we call them gringos, we raise the prices of our products for anyone who cannot roll an r.

I don’t know when, or why, we decided to associate foreign accents with stupidity. It is almost as if our broken English places a neon sign on top of our heads, signaling our low IQ. But this only applies to other people’s mistakes. We gloat in our bilingual status, some people even dare call themselves polyglots, but we love ridiculing anyone who makes the slightest mistake in our first language.

To speak a second language is a reason to be proud of ourselves, regardless of our accent it indicates discipline and culture. But there is absolutely no reason to be proud about being fluent in hypocrisy.

Kassel is a freshman.

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